Un nuevo estudio realizado por universidades estadounidenses y australianas, con la ayuda de National Geographic Pristine Seas y la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA, por sus siglas en inglés), revela la cantidad de dióxido de carbono (CO2) que libera la pesca de arrastre. 

Los modelos utilizados por los científicos sugieren que este tipo de pesca pudo haber emitido de 8,5 a 9,2 petagramos de dióxido de carbono (Pg CO2) entre 1996 y 2020. Esto significa que se emitieron desde 0,34 hasta 0,37 Pg CO2 por año. Para referencia: un petagramo equivale a 1.000 millones de toneladas. Entonces, eso quiere decir que esta actividad pesquera emitió 340-370 millones de toneladas de CO2

Estas cantidades de CO2 representan aproximadamente entre 9% y 11% de las emisiones globales derivadas del cambio de uso del suelo en el 2020 o casi el doble de las emisiones anuales generadas por la quema de combustibles para toda la flota pesquera global (compuesta por aproximadamente 4 millones de embarcaciones).

Asimismo, los científicos calcularon que entre el 55% y el 60% del carbono liberado llega a la atmósfera en un plazo de nueve años tras haberse arrastrado el suelo marino. En este sentido, el estudio evidencia que también las actividades humanas en el mar liberan este gas de efecto invernadero.

Si bien existen estudios previos que señalan que la pesca de arrastre levanta los sumideros de carbono que se encuentran en el fondo del mar, este es el primero que estima la cantidad de CO2 que llega a la atmósfera.

“Actualmente, los países no tienen en cuenta estas emisiones en sus planes de acción climática”, declaró Enric Sala, explorador residente de National Geographic y director de Pristine Seas. 

“Esta investigación deja claro que abordar estas y otras emisiones oceánicas es fundamental para frenar el calentamiento del planeta. La buena noticia es que reducir las emisiones de carbono de la pesca de arrastre reportará beneficios inmediatos. La mala noticia es que retrasar la acción implica que estas emisiones seguirán filtrándose a la atmósfera dentro de una década”, agregó.

¿Cómo se libera el CO2?

En una investigación previa de Trisha Atwood, la misma autora líder del estudio publicado recientemente en Frontiers in Marine Science, se menciona que los sedimentos marinos almacenan aproximadamente 3.117 petagramos de carbono (Pg CO2) en el primer metro de profundidad.

Cuando las redes arrastran el fondo marino, se levanta la arena o el lodo que se encuentra en las profundidades y, al alterarse esta “cama marina”, se libera el carbono que se encontraba fijado y este regresa a la columna de agua. “Cuando el carbono es empujado de nuevo hacia arriba en la columna de agua, hay muchos microbios —como bacterias y virus— que consumen ese carbono y cuando lo hacen, luego este se convierte en CO2 por medio de la respiración que hacen estos seres”, explicó Atwood.

Una vez que este CO2 se encuentra en la columna de agua, entre el 55% y 60% comienza a subir hacia la superficie donde se produce el intercambio del gas entre la atmósfera y el océano. Al ser el CO2 uno de los gases de efecto invernadero, el que suba a la atmósfera implica que contribuirá al calentamiento del planeta y, por ende, al cambio climático.

¿Cómo hicieron el estudio?

Realizar este tipo de investigaciones representa un gran desafío, según Atwood. Esto debido a que no se cuenta con instrumentación adecuada para medir las emisiones, por lo que tuvieron que recurrir a otros métodos.

Lo primero que los científicos hicieron fue averiguar dónde estaba ocurriendo este tipo de pesca. Así que, con ayuda de la organización Global Fishing Watch, que se dedica a monitorear los botes pesqueros a nivel mundial, encontraron los lugares más recurrentes de pesca de arrastre.

El siguiente paso fue utilizar dos modelos de carbono, el Modelo Inverso de Circulación Oceánica (OCIM) y otro del Instituto Goddard de Estudios Espaciales (GISS) de la NASA. Con estas dos herramientas estimaron la cantidad de carbono que se liberaba por la pesca de arrastre y cuánto de este carbono se convertía en CO2. “Utilizamos modelos de la NASA para ayudar a estimar cuánto de ese CO2 que estaría flotando en el agua, como resultado de la pesca de arrastre, realmente llega a la atmósfera”, explicó Atwood.

De acuerdo con la investigadora, estos modelos han sido legitimados por la comunidad científica internacional e incluso son utilizados por instituciones como el Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) y para realizar el informe del Presupuesto Global de Carbono, el cual ayudó a los investigadores a entender el rol del océano y cómo este regula el clima.

Estos modelos revisan ciertas características oceánicas como la temperatura o la cantidad de CO2 atrapada en la atmósfera en una locación en particular, que es donde el océano toca la superficie. Luego se une toda esta información y se estima la cantidad de CO2 que sale rumbo a la superficie.

“Queríamos usar ambos modelos porque, si están de acuerdo entre sí, significa que tenemos una mayor certeza en nuestras estimaciones, y si no concuerdan, entonces tendríamos muchas más preguntas. Afortunadamente, ambos modelos estuvieron de acuerdo entre sí”, destacó Atwood.

Una consecuencia más: acidificación

El estudio también alerta sobre lo que ocurre con el carbono que queda atrapado en las aguas oceánicas tras el arrastre.

Cuando el CO2 entra en contacto con el agua se vuelve ácido y, de hecho, el agua marina potencia un poco este efecto, según explicó Atwood. Esta acidificación es perjudicial para los organismos marinos, ya que puede hacerlos vivir en condiciones que disminuyen sus defensas y también puede influir en su reproducción.

El estudio concluyó que entre el 40% y 45% del carbono total desalojado del fondo oceánico por la pesca de arrastre permanece en el agua, lo que provoca una mayor acidificación de los océanos de manera localizada. Además, y según Atwood, la pesca artesanal jamás lograría bajar el nivel de Ph (que es la medida de acidez o alcalinidad) a tal extremo como sí lo hace la pesca de arrastre.

“Nuestros resultados muestran que esto es algo que debe investigarse con más profundidad debido a los tipos de modelos que tuvimos que usar. Estos modelos funcionan a escalas muy grandes, como la escala global, pero no son muy efectivos en los procesos de acidificación que han sido más localizados, y eso es realmente importante para conseguir certeza en los resultados”, finalizó Atwood.

La acidificación de los océanos no solo pone en peligro la vida marina, sino que, a medida que el Ph disminuye, el océano también reduce su capacidad para absorber el CO2 generado por las actividades humanas.

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