• La actual arquitectura de financiamiento climático tiene un marco que se asienta en la transferencia de fondos desde países desarrollados a naciones en desarrollo. Sin embargo, existe un trasfondo que no solo ha ralentizado ese flujo de dinero, también ha ampliado la brecha entre el Norte y Sur Global. 

Hassel Fallas (La Data Cuenta) y Michelle Soto (Ojo al Clima)

No es solo que se necesita una inversión 91 veces más grande por año de lo desembolsado a la fecha para financiar la acción climática y, con ello, mantener al planeta en un rango de temperatura que le permita ser habitable; también, está el hecho de que los siete países responsables del calentamiento global han compensado con centavos sus emisiones históricas.

Son estos grandes emisores —la mayoría pertenecientes al Norte Global— los que deben incrementar sus acciones de mitigación; sin embargo, la mayoría del financiamiento que desembolsan es para que el Sur Global —cuya contribución al problema ha sido mínima— reduzca sus emisiones de carbono, cuando lo que realmente requieren estos países son medidas de adaptación que les permitan lidiar con los impactos del cambio climático, el cual se ha ensañado con ellos.

A esto se suma que la mayor parte de ese financiamiento que fluye del Norte al Sur viene en forma de empréstitos, los cuales tienen a los países más vulnerables —entre ellos los latinoamericanos y caribeños— ahogados no solo por las cada vez más frecuentes e intensas inundaciones, sino debido a las deudas y los intereses sobre ellas.

En entrevista con La Data Cuenta y Ojo al Clima, Leandro Gómez —coordinador del Programa Inversiones y Derechos del área de Política Ambiental de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN)— conversó sobre el trasfondo narrativo que tienen algunas de las acciones de financiamiento climático en la actualidad, principalmente, a la cada vez más amplia brecha entre el Norte y Sur Global.

¿Se podría hacer una lectura desde el neocolonialismo en este tema de financiamiento climático? ¿El sistema financiero internacional como está diseñado a la fecha, lo perpetúa?

—La respuesta breve y simple es sí. Es un sistema neocolonial que perpetúa y reproduce dinámicas asimétricas de poder entre el Norte Global y el Sur Global en términos económicos. Lo vemos reflejado en ese mecanismo de repago de deuda de nuestros países, donde ven reducida su capacidad de autonomía política, donde se les exige austeridad, privatización, promoción de actividades extractivas para pagar la deuda a costo de vulnerar derechos humanos, con impactos ambientales, con actividades que nos alejan de la transición energética y producen gases de efecto invernadero (GEI).

Este sistema de deuda promueve, por ejemplo, un modelo de transición energética, liderado y financiado por países del Norte Global, que reproduce este sistema neocolonial, donde los países del Sur Global son considerados —una vez más— áreas de sacrificio en términos ambientales para la producción de energía o explotación de minerales críticos.

Más allá del mecanismo de deuda y sus implicancias, algunas de las soluciones para reestructurar esta arquitectura financiera climática —propuestas por estos países del Norte Global, el G7 o la OCDE— tienden a proponer instrumentos que generan más deuda como los mercados de carbono, los llamados bonos verdes, el financiamiento de servicios ecosistémicos… mecanismos que repiten las dinámicas de poder neocolonial porque vienen con una narrativa rodeada de “carbono neutralidad” que, en realidad, no busca una reducción de las emisiones, sino neutralizar las emisiones del propio Norte Global por medio de las acciones del Sur Global.

Dentro de este sistema financiero se encuentran también falsas soluciones de acciones climáticas de transición energética, que son promovidas como oportunidades económicas para el repago de la deuda; pero son, en realidad, sacrificios vinculados a la producción de energía de hidrógeno y explotación de minerales críticos, los cuales son, nuevamente, reflejo de este sistema neocolonial.

¿Esta lectura neocolonialista se podría estar viendo reflejada en las diferencias existentes entre las regiones, las cuales incluso enfrentan los bloques de países africanos y latinoamericanos (como sucedió en COP25 y COP26 cuando salió el tema de “condiciones especiales”)?

—Es evidente que nuestra región tiene divisiones internas o alineadas a ciertas potencias del Norte Global, en lugar de tomar posiciones colectivas que beneficien no solo a América Latina sino a todo el Sur Global. África, en cambio, tiene una tradición de posiciones más alineadas, grupales, mucho más sólidas que las nuestras.

¿Es necesario que los países puedan definir sus prioridades de financiación a partir de sus realidades, en vez de que la agenda de financiamiento se imponga desde las entidades financiadoras? ¿Cómo podría hacerse eso? ¿Podrían ser las Contribuciones Nacionalmente Determinadas o NDC un punto de partida?

—Tendría que decirte que eso es un deseo más que una posibilidad. No quiero ser negativo, pero el contexto de la región es innegable: diez de los países con la mayor deuda en el mundo se encuentran en América Latina. Además, parece difícil que los países de la región busquen salidas conjuntas en lugar de mirar en sus problemas individuales. Y, claro, existen urgencias propias que atender y darles respuestas inmediatas a problemas sociales y económicos que les aquejan.

En cambio, una reforma a la arquitectura financiera es algo de largo plazo. Es una necesidad que ha venido creciendo y se refleja en la convocatoria a las próximas reuniones en París (Francia), Cartagena (Colombia) y en Marrakech (Marruecos) así como en la propuesta de Barbados. Naciones Unidas que, hasta hace poco, no tenía un papel preponderante en este esquema, hoy se le menciona como posible actor para futuros arbitrajes de deuda.

Estos procesos toman tiempo, son largos y ojalá se logre una reforma significativa y no un lavado de cara. Es importante que actores del Sur Global presionen y promuevan estos instrumentos, pero las decisiones deben sopesarse entre los cambios de largo plazo y las decisiones inmediatas que estos países deben tomar en términos sociales y económicos.

Más que mitigación, la prioridad latinoamericana es la adaptación. ¿Por qué cuesta tanto financiar la adaptación? ¿Qué es lo que no estamos viendo? ¿Es rentabilidad lo que está detrás o que no sabemos medir los beneficios y cobeneficios de la adaptación (una cuestión de métrica)?

—En términos simples, el sistema está regido por una lógica de rentabilidad, donde obviamente pesa mucho más el repago de la mitigación que de la adaptación.

En términos de contexto de reforma, me parece que es necesario rever si esta mirada limitada de rentabilidad es parte de las falsas soluciones, donde se apela al financiamiento de los bienes comunes, llamados servicios ecosistémicos, como los mercados de carbono, para hacerlos más atractivos para la inversión privada. Cuando en realidad, no todo es financiable. Deberíamos ver más allá de los números y pensar en la vulneración y las violaciones de derechos humanos, las afectaciones del ambiente. En los impactos con los que tienen que convivir las poblaciones en situación de vulnerabilidad de nuestros países.

Son cuestiones que no siempre son medibles en términos económicos. Pero, si lo vamos a hacer, hay que medir los costos en términos de salud para el sector público, vinculados a, por ejemplo, continuar extrayendo combustibles fósiles en lugar de desarrollar energías renovables o los impactos en las comunidades donde se promueve la actividad minera vinculada a los minerales críticos, supuestamente destinados para la transición energética.

¿Cuál es la voz de América Latina en la mesa de negociaciones internacionales? ¿Se está consciente de ello? ¿Hay propuestas concretas que podrían llevarse a la mesa de negociación de la cumbre convocada por Emmanuel Macron (Francia) y Mia Mottley (Barbados) e incluso la COP28? 

—La propuesta de Barbados me parece fundamental en términos de la negociación, de que la región tenga una voz en la mesa. Obviamente hay actores en América Latina y el Caribe, como Brasil, que por su dimensión y papel tienen mayor influencia que otros, y lo digo sin desmerecer a los otros países.

Reitero que la propuesta de Barbados me parece sumamente importante en términos de posicionamiento regional. Pero la propuesta no es la solución. Es un paso adelante que sigue apostando por instrumentos de deuda que generan una espiral negativa en esta arquitectura de deuda constante. Para salir de esos círculos, hay que cortarlos. De los laberintos se sale por arriba.

No podemos aspirar a resolver los problemas con más mecanismos de deuda, sino apelar a otros instrumentos para romper con esta dinámica neocolonial. Una acción clara sería la revisión de quienes conforman las juntas directivas de las instituciones de financiamiento internacional. Rever cómo los bancos multilaterales se conforman por cuotas de poder, que obviamente favorecen a las potencias globales. También buscar mecanismos reales que alivien la deuda. Los sistemas actuales hacen un refinanciamiento y aumentan los condicionamientos a largo plazo.

Este reportaje es parte del proyecto colaborativo de investigación y análisis de datos entre La Data Cuenta y Ojo al Clima.

Recientes

Busqueda

Seleccione un autor
Suscríbase a nuestro boletín!
Únase a nuestro boletín informativo para obtener las noticias y actualizaciones más recientes de Ojo al Clima.